Convivir es compartir espacios de manera pacífica y respetuosa, no solo entre personas, también con otros seres vivos y la naturaleza. De esa coherencia depende, en gran medida, el bienestar y la calidad de vida de las personas.
El éxito de la convivencia radica en la práctica cabal de valores esenciales –respeto, responsabilidad, solidaridad y cooperación– que son la base para el reconocimiento de los derechos y las diferencias de los demás, así como en el cumplimiento de las reglas comunes, legales y éticas, que garantizan una coexistencia armoniosa en la que se incluye el cuidado y la protección del planeta que habitamos.
Desde sus orígenes, el ser humano se ha visto obligado a compartir espacios, recursos, y desafíos para sobrevivir, asumiendo responsabilidades y cooperando. Así se han forjado vínculos de pertenencia e identidad colectiva que conforman lo que hoy llamamos comunidad.
Es un hecho que las comunidades progresan en su desarrollo social cuando existe una convivencia pacífica basada en respeto, tolerancia y solidaridad; un marco de armonía que permite la autorrealización individual y el bienestar colectivo.
Sin embargo, vivimos tiempos de turbulencias e incertidumbres. Resurgen actitudes individualistas y radicalismos que, desde un egoísmo vulgar, imponen visiones particulares –de acuerdo a sus intereses– y fomentan la polarización contra quienes piensan o son distintos. Se alimentan comportamientos indeseables: desde el “yo hago lo que quiero” —en una mal entendida libertad— hasta el rechazo al diferente o la vulneración de las normas de los derechos humanos universales.
Desgraciadamente, la cooperación está siendo sustituida por la confrontación a nivel mundial, con las consiguientes tensiones sociales. Asistimos a geoestrategias de reestructuración del orden mundial basadas en el reparto de recursos y de poder con guerras expansionistas —militares o económicas— en las que se impone la ley del más fuerte; a la vez que se debilitan las instituciones internacionales, crecen los populismos y se deterioran las democracias. Hoy se quiebran normas que rigen el orden global, se vulneran derechos humanos, se justifican desigualdades, se abrazan negacionismos acientíficos y hasta se aplauden genocidios sin pudor.
Asistimos, en definitiva, al contagio de un virus cultural, social y político de consecuencias profundas y devastadoras. Un mundo en el que la dominación, el poder y el dinero se ejerce con descaro.
Por todo ello, defender la convivencia es una necesidad vital para una sociedad justa y un progreso colectivo digno, pacífico y armónico. La convivencia es un bien común frágil que requiere educación, compromiso y esfuerzo compartido, pues se construye con tiempo, pero puede destruirse con rapidez. Cuidarla es tarea de todos: instituciones, colectivos e individuos.
También en nuestros pueblos
En nuestro entorno más cercano tampoco somos ajenos a estas amenazas y comportamientos preñados de actitudes egoístas, mezquinas y con un incivismo que mina la convivencia.
En San José y El Pozo, la convivencia y el bienestar también se ven comprometidos por carencias en infraestructuras, equipamientos y servicios, así como por un modelo de desarrollo económico basado en un turismo estacional y masificado, que presiona el medio ambiente y sobrecarga unos recursos locales que no están adecuadamente dimensionados.
El desafío es triple: fomentar el civismo, reorientar el modelo de desarrollo económico y su impacto en el territorio; y adecuar los servicios e infraestructuras a las necesidades reales de la población.
Se trata, por tanto, de abordar con urgencia los problemas derivados de comportamientos incívicos y de la pasividad o inhibición institucional competente. Y, en segundo lugar, exigir soluciones y responsabilidad a quienes tienen la competencia para actuar respecto a las carencias y necesidades que se viven en nuestras localidades, que son muchas: desde una atención sanitaria adecuada, corregir el déficit en infraestructuras, servicios y equipamientos, y otras muchas que afectan a la convivencia y la calidad de vida como la seguridad vial, la degradación de recursos naturales, la contaminación acústica y lumínica, etc.
Desde la Asociación Vecinal de San José y El Pozo de los Frailes estamos en ello, pese a los oídos sordos de las instituciones competentes. Tenemos un diagnóstico de problemas identificados y propuestas que trasladaremos a la corporación local y que constituyen nuestra hoja de ruta y un programa de objetivos en el ámbito de mejorar la convivencia y la calidad de vida.
Pero este compromiso debe ser colectivo: solo con la implicación de todos podremos preservar la convivencia, fortalecer nuestra comunidad y avanzar hacia un futuro más justo y armónico para todos.








