Almería no debería permitirse perder su corazón

Una imagen del centro de Almería
Opinión
El autor de este artículo de opinión

José Francisco Cano de la Vega

Almería presume de crecer, de atraer turistas, de multiplicar apartamentos vacacionales como si no hubiera un mañana. Pero, mientras el gobierno municipal saca pecho por la “transformación” de la ciudad, el centro histórico se nos muere delante de los ojos. Y lo peor es que no se trata de un descuido: es el resultado directo de un modelo urbano que el Partido Popular ha impulsado con entusiasmo.

Los datos no engañan: el corazón de Almería ha perdido cerca del 45% de su población en cinco décadas. Medio siglo de abandono institucional, maquillado con discursos grandilocuentes sobre modernidad y proyección turística. Porque esa es la verdad incómoda: el PP ha hecho del turismo masivo su proyecto de ciudad, aunque eso signifique vaciar el centro de vecinos y convertirlo en un escenario para el visitante.

No hace falta mirar muy lejos para entender hacia dónde nos conduce este modelo. Málaga —gobernada también por el Partido Popular— es la advertencia perfecta. Un centro histórico transformado en souvenir del que sus vecinos han sido expulsados al ritmo que marcaban las viviendas turísticas.

Hoy Málaga intenta recomponer lo que perdió. Y mientras tanto, en Almería, los responsables políticos municipales repiten los mismos errores con la misma sonrisa triunfalista. La pregunta es: ¿quién se beneficia realmente de esta estrategia? Porque desde luego no son los vecinos del centro, que cada año son menos y son mucho más mayores.

Viviendas turísticas: el monstruo que la derecha municipal alimenta sin control

El auge de las viviendas turísticas no es un fenómeno espontáneo. Es la consecuencia de una permisividad política que el PP ha defendido como si fuera una virtud. ¿Regularlas? ¿Poner límites? ¿Proteger al residente?
Ni están, ni se les espera.

Cuando un modelo económico demuestra que expulsa población, encarece la vivienda y rompe la cohesión urbana, la obligación de un gobierno municipal es corregirlo. Pero aquí se hace justo lo contrario: se alimenta, se incentiva, se impulsa. Como si el centro histórico fuera un producto más en una feria turística. Mientras tanto, alquileres disparados, compras imposibles y un barrio convertido en un tablero especulativo donde vivir es un lujo, no un derecho.

Los mismos responsables municipales que celebran la llegada masiva de turistas son los que luego se escandalizan ante la palabra “turismofobia”. Pero ¿qué esperan que ocurra cuando un vecino ve desaparecer sus comercios de proximidad, subir su alquiler un 40% y multiplicarse los apartamentos turísticos en su calle?

La turismofobia no nace sola. La generan políticas que priorizan al visitante antes que al residente.

Una ciudad sin centro vivo es un fracaso político… aunque lo quieran disfrazar de éxito

El PMVS 2030 es claro: el centro envejece, se vacía, pierde densidad y se desconecta de la vida de la ciudad. La periferia crece descontroladamente —el Distrito 8 más de un 1.600%— mientras el corazón histórico se contrae. ¿Y qué ha hecho el Ayuntamiento gobernado por el PP durante todos estos años? Parchear, maquillar, promover eslóganes y, sobre todo, no molestar a un sector turístico que dicta la agenda urbana.

Pero una ciudad que abandona su centro está destinada a perder su identidad, aunque a algunos parece no importarles, siempre que el número de visitantes suba y las cifras cuadren en los folletos de promoción.

La pregunta no es si podemos salvar el centro. La pregunta es si el Ayuntamiento está dispuesto a hacerlo. Y hasta ahora, la respuesta ha sido un no rotundo. Es hora de decir basta de excusas. Basta de convertir la ciudad en un negocio donde solo ganan unos pocos. Basta de políticas que expulsan vecinos para atraer turistas de fin de semana.

Almería necesita valentía, regulación, planificación… y un Ayuntamiento que deje de mirar hacia Marbella, Málaga o Benidorm como si ese fuera el futuro que queremos. Porque si seguimos así, pronto quedará un centro bonito para las fotos, pero muerto para los almerienses.



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