El cultivo en invernadero en Almería, más de 33.000 hectáreas en toda la provincia, puede ser una forma ética y eficiente de producción, mas la imagen trasmite absolutamente lo contrario. Bajo estos techos de plástico blanco crecen cada año más de 3.500 toneladas de alimentos como pepinos, tomates, pimientos, sandias y melones, gran parte con destino a países europeos, generando unos ingresos de 3.194 millones de euros, según el Observatorio de Precios y Mercados de la Junta de Andalucía.
Un milagro económico que gracias a esta agricultura intensiva ha transformado sustancialmente el desarrollo económico de la provincia -ya representa el 40% de su PIB- a costa de un gran deterioro medioambiental, con vertederos espontáneos de residuos plásticos en cualquier lugar. Como los que con frecuencia denuncian nuestros lectores, remitiéndonos fotografías captadas en sus paseos por el campo o también en la proximidad de sus domicilios – las que ilustran esta información son un ejemplo- revelando la dispersión de estos residuos plásticos por montañas, ramblas, costas y vertederos ilegales.
Una situación consecuencia de la falta de infraestructuras suficientes para el tratamiento de estos desperdicios, además de la escasa concienciación política, social y empresarial sobre la correcta gestión de esta mierda. Patronos que priorizan los beneficios económicos inmediatos frente a la responsabilidad medioambiental, mirando hacia otro lado mientras toneladas de plástico y restos agrícolas se acumulan a su rededor.
Un grave impacto que también afecta al medio marítimo, cloaca final de todas las mierdas que arrastra la lluvia ladera abajo. Mantillos, redes, acolchados o trozos de invernaderos que llegan desde las zonas de cultivo al fondo oceánico para engrosar la basura marina. Una fuente de polución “olvidada”, según ha evidenciado un reciente estudio de la Universidad de Cádiz (UCA) publicado en la revista Science.
En definitiva, una falta de compromiso evidente que alimenta la proliferación de vertederos ilegales y la dispersión de basura por parajes naturales, agravando el problema y perpetuando una imagen negativa tanto para la agricultura almeriense como para la sociedad. Una agroindustria capitalista bajo plástico que no deja de expandirse y generar beneficios cuantiosos a costa, eso sí, de jornaleros que sostienen el negocio y, más grave, abandonados a su suerte, según denuncian las ONGs que operan en la zona.











